Había una vez una pobre
familia que vivía en su perdido bosque lejos de
todos sitios. Tenían dos hijos, el chico se
llamaba Haensel y la chica, Gretel. Todos los
días Haensel y Gretel iban con su padre a buscar
leña para su casa. Un día, salieron con su
padre en busca de ramitas. Su papá les advirtió
que no se distrajeran porque se podrían perder,
pero Haensel y Gretel no le hicieron mucho caso
porque estaban jugando. Al llegar a la mitad del
camino, su papá les dijo: Vamos a separarnos,
vosotros dos ir por allí, y yo iré por aquí,
pero antes del anochecer tenéis que estar aquí
para volver juntos a casa, ¿vale?. Sí, papá,
no te preocupes. Bueno, hijos, tened cuidado,
dadme un beso.
Los dos hermanos besaron a su padre y alegremente
se fueron cantando y saltando mientras cogían
ramas. Tan bien se lo estaban pasando que no se
fijaron en el camino que estaban recorriendo y de
repente se dieron cuenta de que estaban perdidos.
Haensel se asustó mucho, pero su hermana que era
un poco más valiente que él le dijo: No te
preocupes hermanito, todavía no ha anochecido,
seguro que encontramos el camino de vuelta.
Haensel y Gretel empezaron a andar sin saber muy
bien hacia donde iban y con miedo porque pronto
anochecería. De pronto, ¡qué sorpresa!, ¡no
se lo podían creer! ¡Era una casa de chocolate
allí, en medio del bosque! Al principio, los dos
hermanos no se atrevían a acercarse, pero
decidieron cogerse de la mano e ir juntos.
Miraron por la ventana y vieron que no había
nadie dentro. Por fuera de la casa tenía
ladrillos de chocolate, tejado de mazapán,
cristales de caramelo. Tenían mucha hambre y
pensaron que si le daban un bocado a un ladrillo
no pasaría nada y así lo hicieron. Mientras
comían se dieron cuenta que la puerta de la casa
estaba abierta. Decidieron entrar. ¡Qué susto
cuando vieron lo que allí había! Un gran fuego
con un enorme caldero y jaulas que colgaban del
techo, sapos y culebras en botes ¡Qué asco!
Estaban ensimismados mirando y, de pronto... ¡Ja,
Ja, Ja, Ja!
Era la risa de una fea bruja que entró en la
casa montada en su escoba y tras de sí cerró la
puerta con llave y Haensel y Gretel quedaron
allí atrapados. La bruja los cogió y metió a
cada niño en una jaula, cerro y colgó la llave
en la pared, diciendo: ¡Creíais que os podías
comer mi casa! Ja, Ja. Pues ahora quién os
comerá seré yo, pero antes tenéis que engordar
porque estáis muy flacos. Y así cada día la
bruja les daba mucho de comer y les pedía que
sacaran el brazo entre los barrotes, pero Haensel
que muy inteligente, se dio cuenta que la bruja
apenas veía y cuando ella le decía que sacara
el brazo, él y su hermana sacaban un hueso de
pollo y así la bruja decidía no comérselos
aún, hasta que se cansó y dijo: ¡Ya está bien!
Me da igual lo flaco que estés, te comeré a tí
primero. La bruja cogió la llave y sacó a
Haensel de la jaula. Se enfadó mucho al notar
que el niño estaba más gordito y que la había
engañado. Se enfadó tanto que se olvidó que la
llave la había dejado puesta en la jaula.
Mientras la bruja gritaba y metía a Haensel en
el caldero, Gretel cogió la llave, salió de su
jaula, agarró la escoba en que la bruja volaba y
le atizó en la cabeza, entonces su hermano y
ella subieron a la escoba y salieron volando de
allí. La bruja quería perseguirlos pero no
podía hacer nada sin su escoba, así que no pudo
agarrarlos.
Los dos hermanos se dirigieron alegremente a su
casa, y ¡cuál fue la sorpresa de sus padres
cuando los vieron llegar sanos y salvos en la
escoba! Se besaron y abrazaron felizmente,
utilizaron la escoba para ir de pueblo en pueblo
vendiendo leña y así nunca les faltó para
comer, y además los dos hermanos aprendieron una
gran lección: Nunca hay que fiarse de las
apariencias. Por eso si veis a un desconocido que
os llama, aunque parezca bueno.... No os fiéis.