En el
centro del bosque había un amplio círculo,
libre de árboles, en el que los animales que
habitaban aquellos contornos celebraban toda
clase de competiciones deportivas.En el centro de
un grupo de animales hablaba la bonita y elegante
Esmelinda, la liebre:- Soy veloz como el viento,
y no hay nadie que se atreva a competir conmigo
en velocidad.Un conejito gris insinuó, soltando
la carcajada y hablando con burlona ironía:- Yo
conozco alguien que te ganaría...- ¿Quien? -
Preguntó Esmelinda, sorprendida e indignada a la
vez.
-
¡La tortuga! ¡La tortuga!Todos los allí
reunidos rompieron a reír a carcajadas, y entre
las risotadas se oyeron gritos de: ¡La tortuga y
la liebre en carrera! ¡Frente a frente!En el
centro del grupo la liebre alzó su mano para
ordenar silencio.
-
¡Qué cosas se os ocurren! Yo soy el animal más
veloz del bosque y nadie sería capaz de
alcanzarme.
Y
se alejó del lugar tan rápidamente como si
tuviera alas en los pies. La liebre se dirigió
al mercado de lechugas, pues la tortuga era
vendedora de la mencionada mercancía, y se
aproximó a la tortuga contoneándose:- Hola
tortuguita, vengo a proponerte que el domingo
corras conmigo en la carrera.La tortuga se le
quedó mirando boquiabierta.- ¡Tú bromeas! Yo
soy muy lenta y la carrera no tendría emoción.
Aunque, ¡quién sabe!- ¿Como? Pobre animalucho.
Supongo que no te imaginarás competir conmigo.
Apostaría cualquier cosa a que no eres capaz.-
Iré el domingo a la carrera.Una vieja tortuga le
dijo:- Tu eres lenta pero constante...; la liebre
veloz, pero inconstante ve tranquila y suerte,
tortuguita.
El
domingo amaneció un día espléndido. En el
campo de los deportes reinaba una gran algarabía.-
¡Vamos, retírate! - le gritaban algunos a la
tortuga. Pero la tortuga, aunque avergonzada no
se retiró.
La
liebre, después de recorrer un trecho se echó a
dormir y cuando despertó siguió riendo porque
la tortuga llegaba entonces a su lado.- ¡Anda,
sigue, sigue! Te doy un kilómetro de ventaja.
Voy a ponerme a merendar.La liebre se sentó a
merendar y a charlar con algunos amigos y cuando
le pareció se dispuso a salir tras la tortuga, a
quien ya no se la veía a lo lejos.
Pero,
¡ay!, la liebre había sido excesivamente
optimista y menospreciado en demasía el caminar
de la tortuga, porque cuando quiso darle alcance
ya llegaba a la meta y ganaba el premio.Fue un
triunfo inolvidable en el que el sabio consejo de
una anciana y la preciosa virtud de la constancia
salieron triunfales una vez más.