El
fabricante de alas
El suyo era un oficio bastante extraño
para los demás, no así para sus
clientes o para su familia, que llevaban
ya varias generaciones perfeccionándose
en la labor; hasta donde recordaba, todos
sus antecesores habían sido
constructores de alas, con excepción del
tío Mario que tenía una fábrica de
agujeros para flautas.
Su labor no era sencilla, las alas son
elementos muy delicados y sus portadores
no pueden permitirse el lujo de que
fallen en pleno vuelo, lo que obliga al
artesano a estar atento hasta del más
mínimo detalle; bien presente estaba en
su memoria lo ocurrido con el tío
Anselmo, quien quiso darle una alegría a
una libélula que encargó un par de alas
que un niño le había roto. El hombre
pensó que unos vivos colores harían las
delicias del desafortunado insecto y le
entregó un par que reflejaba toda la
croma del arco iris, parecían metálicas
por el brillo y sostenían al coleóptero
en vuelo prácticamente sin esfuerzo.
Feliz es poco, su cliente estaba
maravillado la mañana que se retiró del
taller volando en una nube de colores;
pero Anselmo nunca pensó que en escasos
minutos una enfurecida alguacil entraría
reclamando le devuelvan su dinero, entre
gritos y gestos elocuentes le hizo
entender que sus colores habían atraído
la atención de todas las ranas del
estanque, que querían devorar tan
apetitoso bocado. Mientras decía esto,
dejaba ver las alas rotas donde los
batracios habían tenido éxito; tío
construyó unas alas normales y se las
regaló en medio de un mar de pedidos de
disculpas que finalmente su cliente
aceptó sabiendo que sus intenciones
habían sido las mejores.
Cada tipo de ala tiene su secreto, por
ejemplo las destinadas a los ángeles,
deben ser tratadas con mucha higiene,
pues son de color blanco inmaculado y
deben volverse invisibles cuando el
ángel desea ocultarse para no ser visto;
la abuela Rosita nunca pudo coser con
éxito una de ellas, siempre las manchaba
y no era su culpa, ella vivía amasando
tortas para sus nietos y en sus manos
siempre quedaban restos de harina y
manteca. Tampoco es cuestión de hacerlas
de cualquier tamaño, él mismo cometió
una vez el error de hacerlas más grande
de lo debido, fue así como un pez
volador casi se ahoga por falta de agua
al batir sus alas impermeables y tardar
un largo rato en volver a su elemento; el
pobre estuvo varios meses sin atreverse a
asomar su cabeza fuera del mar.
No todo es de cuidar, hay ocasiones en
que el artista puede dar rienda suelta a
su imaginación, como cuando el cliente
es una mariposa; entonces todo es válido.
En su familia aún se cuenta que uno de
los primeros en el oficio fue quien tuvo
la ocurrencia de pintar ojos en las alas.
A varias mariposas les pareció una idea
estupenda, pues servía para alejar a los
intrusos y hasta hoy día siguen
encargando pares con el mismo motivo de
entonces.
Ojo, no todos los problemas son culpa de
los fabricantes, en ocasiones los
clientes venden sus alas sin fijarse a
quién y surgen arañas o ardillas
voladoras, pero que al no ser de su
medida, solo pueden planear un poco.
También está el caso de los
murciélagos, que aprecian tanto sus alas,
que duermen colgados para no arrugarlas.
Hoy, un pedido extraño conmovió su alma,
un abuelo vino personalmente a encargar
un par de alas para su querida nieta, los
padres de la niña son pobres y no tienen
dinero para el disfraz de la fiesta de
fin de años de su colegio, donde la
pequeña hace el papel de hada; el viejo
entre lágrimas ofreció su anillo de
bodas, su bastón y un reloj que no anda
como pago. ¿Cómo cobrarle a quien obra
con el corazón? Le devolvió los objetos
y le pidió que pasase en una semana, las
alas estarían listas.
Durante los siete días restantes no
tomó encargo alguno y puso todo su amor
en la obra, las alas estuvieron listas y
envueltas para cuando el hombre vino por
ellas.
Ese sábado, entre la muchedumbre del
salón de actos, un extraño disfrutó el
momento en que una niña de ojos de color
de cielo salió a escena y desplegó sus
alas enormes que como espejos reflejaban
el color de la vida, suaves, tenues y
voluptuosas se desplegaron y cuando nadie
lo esperaba levantaron con dulzura a su
dueña en vuelo, dejándola hacer su rol
desde el aire, para finalmente llevarla a
los brazos de su abuelo.
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