El
Rey durmiente
Érase una vez
una bella princesa aburrida de la
seriedad de la corte.
Como era la hija del rey no podía bajar
a jugar con los demás niños, así que
se conformaba con verlos desde el balcón
de su habitación.
Desde allí imaginaba mil aventuras fuera
de los muros del castillo.
Fantaseaba con visitar otros reinos
cuando escuchó la letra de la melodía
que cantaban unas niñas que saltaban a
la comba en el patio.
- El rey dormirá y no despertará hasta
la mañanita de San Juan coreaban
animadamente.
A la princesa le sorprendió tanto
aquella curiosa canción que mandó
llamar a una de las niñas.
- ¿Qué cantáis en vuestros juegos?
le preguntó intrigada.
- Es una historia que nos contaba nuestra
madre antes de dormir respondió la
niña con timidez.
- Cuéntamela tú ahora ordenó la
princesa.
- Dice mi madre que en un castillo muy
lejos de aquí vive un rey hechizado que
se pasa todo el año durmiendo.
Sólo despierta la mañanita de San Juan.
Si no hay nadie a la cabecera de su cama,
se vuelve a quedar dormido hasta el año
siguiente.
Permanecerá encantado hasta que
encuentre una princesa con la que casarse.
La princesa se emocionó con aquella
fabulosa noticia.
Se preguntaba cuánta distancia había
hasta aquel misterioso castillo.
- No lo sé, pero mi madre dice que para
llegar hasta allí habría que romper
unos zapatos de hierro explicó la
niña.
Así pues encargó que le confeccionaran
a medida unos zapatos de hierro.
Resistentes pero bonitos, exigió.
Cuando se los dieron, se los puso y
anduvo hasta un bosque mágico que
ningún caballero se atrevía a cruzar.
En un claro se le apareció una amable
viejecita que le preguntó a dónde iba.
Ella respondió decidida.
- Voy en busca del palacio del rey que
dormirá y no despertará hasta la
mañanita de San Juan.
¿Sabes dónde está?
La anciana no sabía nada de aquel lugar
aunque tal vez pudiera ayudarles su hijo,
el sol.
- Pero temo que te dañe al verte. Es muy
gruñón le previno.
A pesar de todo, la princesa insistió en
acompañarle a su casa.
Cuando escuchó llegar al sol se asustó
y se escondió en un armario.
- ¡Huelo a carne humana y quiero que se
me dé! exigió éste.
- Calla le dijo la madre-, que es
una pobre muchacha que va en busca del
castillo del rey que dormirá y no
despertará hasta la mañanita de San
Juan.
Pensé que quizá tú supieras cómo dar
con él.
- Nunca he oído hablar de tal cosa.
Probablemente mis hermanas, las estrellas,
le conozcan.
Agotada del viaje, la princesa se durmió
apoyada en la mesa.
Ni siquiera cenó. El hambre la despertó
a la mañana siguiente.
La viejecita preparó un suculento
desayuno que la joven devoró mientras
poco a poco iban llegando las estrellas.
Estaban cansadísimas de su trabajo
nocturno.
La princesa les preguntó una por una,
pero ninguna había oído hablar de aquel
rey dormido.
Tal vez el aire estuviera mejor informado.
Él iba constantemente de un lugar a otro,
entrando en todos los sitios, y nunca
estaba quieto.
Después de desayunar, la princesa
emprendió su camino de nuevo hasta
encontrar a otra anciana que le preguntó
a dónde iba con aquellos curiosos
zapatos de hierro.
- Voy en busca del palacio del rey que
dormirá y no despertará hasta la
mañanita de San Juan repitió.
Tampoco la viejecita sabía dónde estaba
el castillo.
- Puede que mi hijo, el aire, nos diga
dónde está. Pero temo que te dañe al
verte le avisó la mujer.
Fueron a casa y la princesa volvió a
esconderse en un armario cuando apareció
bufando el aire.
- ¡Huelo a carne humana y quiero que se
me dé! gritó.
- Calla le riñó la madre-, que es
una pobre muchacha que va en busca del
castillo del rey que dormirá y no
despertará hasta la mañanita de San
Juan.
Pensé que quizá tú la ayudarías.
- Si sale por la otra puerta de nuestro
hogar, llegará enseguida.
La princesa siguió sus instrucciones y,
después de andar un rato, descubrió que
estaba descalza.
Los zapatos de hierro se habían
desintegrado.
Maravillada alzó la vista y avistó una
magnífica fortaleza con la puerta
abierta de par en par.
Corrió por todas las habitaciones del
castillo hasta hallar al rey dormido en
una lujosa cama.
Era más hermoso de lo que lo había
imaginado. Suspiró paciente y se sentó
a la cabecera.
La ilusión pronto se apagó como una
vela. Los días transcurrían sin que
nada sucediera.
Los meses eran iguales unos a otros
encerrada en aquella habitación.
Las estaciones variaban fuera, pero allí
dentro nada cambiaba.
El aburrimiento se apoderó de la
muchacha que resistía sin apartarse del
dormilón ni para comer.
El tiempo pasó lentamente hasta que un
día una dulce música la sorprendió. El
pueblo celebraba la noche de San Juan sin
que la princesa se hubiera enterado del
día que era.
- Asomaos al balcón para entreteneros
le animó una sirvienta.
La princesa dudó pues si el rey
despertaba no la encontraría a su lado.
Sin embargo acabó saliendo a disfrutar
de la primera canción que escuchaba en
muchos meses.
Entre tanto, el rey abrió los ojos. La
primera persona que vio fue a la
sirvienta. Pensó que era ella quien
había velado su sueño.
Cuando la princesa regresó, el monarca
se emocionó con su belleza pero la
sirvienta le engañó diciéndole que era
su dama de compañía.
Agradecido por cuidarle, el rey prometió
un regalo a cada una de ellas.
La princesa, apenada, le pidió una
piedra dura y un ramito de amargura.
Aquella petición tan rara extrañó al
joven monarca, que siguió a la princesa
hasta su habitación para ver qué hacía
con aquellos objetos.
En silencio la observó asomado a la
puerta. La princesa le preguntó a la
piedra si recordaba su sacrificio.
Después tomó el ramo para matarse con
él, pero el rey la detuvo.
- ¡Detente! Sé que eres tú quien ha
velado la cabecera de mi cama durante
tanto tiempo le dijo.
Cuando se miraron de nuevo, los dos
sentían su amor.
Y, como contaba la leyenda del rey
durmiente, ambos se casaron muy
enamorados pues él la había soñado
dormido y ella le había imaginado
despierta.
Colorín, colorado, este cuento se ha
acabado.
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