La
camisa del hombre feliz María
Teresa Andruetto
La historia que
voy a contarles sucedió hace muchísimos
años en el corazón de Siam.
Siam es la tierra donde viven los tai.
Una tierra de arrozales atravesada por
las aguas barrosas del Menam.
Hace muchísimos años, el Rey de los tai
se llamaba Ananda.
Ananda tenía una hija. La princesa Nan.
Y Nan estaba enferma. Languidecía.
Ananda, que era un rey poderoso y amaba a
su hija, consultó a los sabios del reino.
Y los sabios más sabios del reino
dijeron que la princesa Languidecía de
aburrimiento.
-¿Qué la puede curar? -preguntó el Rey
con la voz en un temblor.
- Par sanar -contestaron los sabios-,
deberá ponerse la camisa de un hombre
feliz.
- ¡Qué remedio tan sencillo! -suspiró
aliviado el Rey.
Yordenó a su asistente que fuera a
buscar al primer hombre feliz que
encontrara, para pedirle la camisa.
El asistente salió a buscar.
Recorrió uno a uno los enormes salones
del palacio.
Habitaciones tapizadas de esteras.
Adornadas con paños de seda colorida.
Aromosas a sándalo.
Y regresó sorprendido adonde estaba el
Rey.
-Señor mío - le dijo-, he recorrido los
salones de todo el palacio y no he
encontrado hombre alguno que fuera feliz.
El rey, más sorprendido aún, mandó a
llamas a todos sus servidores y les
ordenó que recorrieran el reino de parte
a parte.
De Norte a Sur.
De Este a Oeste.
Hasta encontrar a un hombre que fuera
feliz y pedirle la camisa.
Los servidores recorrieron reino de parte
a parte.
Buscaron entre los tai más honorables.
Pero no había entreo los tai más
honorables, hombres felices.
Buscaron entre los escribas, cultos y
sensibles.
Pero no había entre los escribas,
hombres felices.
Entonces buscaron entre los trabajadores
de seda.
Entre los trenzadores de bambú.
Entre los sembradoes de adormideras.
Entre los fabricantes de barcazas.
Entre los pescdores de ostras.
Entre los campesinos sencillos.
Pero entre todos ellos no había un solo
hombre que fuera feliz.
Hasta que llegaron al último pántano
del reino y le preguntaron al mas pobre
de los arroceros:
-En nombre del Renoty Nuestro Señor,
dínos si en verdad eres feliz.
El más pobre de los arroceros contestó
que sí, y los servidores de Ananda le
pidieron la camisa.
Pero él no tenía camisa.
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