La
Gaviota y el pingüino
Había una
vez una blanca gaviota llamada Carlota. Sus
grandes alas le permitían disfrutar de largos
viajes a lo largo del mundo y disfrutaba haciendo
piruetas en el aire y planeando sobre las
corrientes de aire cálido.
Carlota, a pesar de ser feliz surcando los cielos,
se sentía muy sola pues no tenía familia.
Un día voló muy lejos muy lejos y cuando se
quiso dar cuenta estaba sobrevolando un paraje
que núnca antes había visitado. Eran las costas
de Groenlandia, cubiertas de nieve y hielo. Abajo,
un grupo de pingüinos, una familia numerosa,
iban de un sitio para otro con sus graciosos
andares. Se quedó mirándoles desde el cielo y
finalmente se decidió a bajar a tierra.
Andando por el hielo, ya algo blandito por el
incipiente verano, recorrió el lugar dejando las
huellas de sus patitas a su paso. Entre todos
aquellos animalitos que parecían vestidos de
gala, se encontró con un jóven pingüino que la
miraba curioso. En seguida se hizo amiga del
jovencito pingüino, que se llamaba Rufino.
Rufino era el más pequeño de la familia.
Ambos charlaron durante horas, conociéndose el
uno al otro, hasta que el pingüino dijo a la
gaviota:
- Como me gustaría poder volar como tú
La gaviota le contesto:
-Si, yo puedo volar y es muy divertido, pero
envidio el que tu tengas esta gran familia que yo
no tengo.
Los dos se quedaron pensativos y de repente el
pingüino dijo:
- ¿ Porque no me enseñas a volar ?
- Yo no puedo hacer eso - dijo la gaviota - ya
que tu nunca volarías, pero conozco a alguien
que podría hacer que volaras.
- ¿ En serio ? - exclamo el pingüino emocionado
- ¡ yo quiero volar ! ¡ yo quiero ! - grito
dando pequeños saltitos.
Carlota puso su ala encina del hombro de Rufino y
le dijo:
- Espérame aquí, regresaré pronto, en unos
días estaré de vuelta.
La gaviota Carlota emprendió el vuelo y se alejo
volando mientras Rufino la miraba embelesado.
Al cabo de unas semanas Rufino vio como Carlota
se acercaba por el aire moviendo sus majestuosas
alas y planeando en el cielo. Rufino se emocionó
- Ya está aquí ! - pensó.
Carlota aterrizó a su lado algo cansada y le
dijo a Rufino:
- Vas a poder volar
Rufino abrió sus ojos como platos
- ¿ Lo dices de verdad ?
Carlota señalo a un montículo de hielo y Rufino
lo miro nervioso y excitado. De repente una brisa
suave y cálida sopló invadiendo el lugar y
rodeado de una neblina amarilla un joven mago
vestido de negro apareció de la nada en el
blanco hielo.
- Ohhh!! - exclamó Rufino
La gaviota Carlota había volado hasta la morada
de su amigo el mago y contándole el deseo de
Rufino le había pedido que lo ayudara.
El mago, con toda solemnidad dijo:
- Rufino, yo puedo hacer que vueles, pero para
ello necesito algo a cambio. - dijo mirando
fijamente a la gaviota y al pingüino - para ello
deberéis cambiaros el uno por el otro.
- ¿ el uno por el otro ? - preguntó Carlota
- Si - respondió el mago- tu, Carlota, te
quedarás a vivir con esta gran familia,
cumpliendo tu sueño de tener padres y hermanos,
pero a cambio no podrás volver a volar y tu,
Rufino, volarás lejos surcando los cielos
disfrutando de lo que siempre soñaste, poder
volar.
Los dos se quedaron pensativos unos segundos y de
repente Rufino dijo firmemente:
- Yo estoy de acuerdo, toda mi vida he ansiado
volar y viajar por el mundo y no voy a perder
esta oportunidad.
Carlota, que deseaba enormemente tener familia
asintió con la cabeza - Yo también estoy de
acuerdo.
Sin decirles nada más, el mago levanto su mano,
en la que sostenía una vara mágica hecha de una
rama de eucalipto, cerró los ojos y pronunció
unas extrañas palabras
- Ahuamaha.... alabansta...euminste... IMANHO !!
Una poderosa luz azulada con hilos blancos
serpenteantes envolvió a los dos amigos.
Al cabo de unos instantes la luz desapareció y
Carlota y Rufino se miraron el uno al otro.
Rufino había desarrollado unas largas plumas en
sus antes minúsculas alas y asombrado comenzó a
moverlas. Su rechoncho cuerpo empezó a
levantarse en el aire y Rufino sintió como sus
pies dejaban de tocar el suelo.
- ¡ Estoy volando ! - grito - ¡ vuelo ! -
mientras Carlota lo miraba emocionada.
Rufino se elevó un poco más y más, sentía el
aire en su cara mientras revoloteaba en círculos,
podía ver más allá de su casa, las montañas
nevadas, las grandes llanuras blancas, el mar
sembrado de pequeños bloques de hielo blanco.
Sin poder dejar de mover sus alas, llevado por
una fuerza desconocida, Rufino se elevó y elevó
en el cielo y de repente dijo gritando para que
lo oyeran:
- Querido mago ¿ acaso no voy a poder despedirme
de mi familia ?
- No- respondió el mago mirando al cielo hacia
donde revoloteaba Rufino - Ya no, debes volar
lejos o el hechizo se romperá.
Rufino algo apenado por su familia pero
emocionadísimo por poder finalmente surcar los
cielos cómo siempre había soñado, siguió
volando y volando hasta perderse en el horizonte.
- Tu Carlota - dijo entonces el mago - ve sin
miedo a reunirte con la familia de pingüinos,
ellos ahora te acogerán como si fueras una más
de la familia.
Carlota se dirigió tímidamente hacia la gran
familia que habitaba ese lugar que estaba ya
reuniéndose para pasar la noche. Con gran
sorpresa vio como todos le daban la bienvenida y
la acogían con ternura rodeándola.
El verano pronto llegó y tanto Rufino como
Carlota vivían su nueva vida bajo los rayos del
sol.
Rufino volaba y volaba recorriendo mundo. Visitó
las hermosas costas de Canadá, voló hacia el
gran lago Michigan, conoció la costa Este de
Estados Unidos, donde se maravilló de los altos
rascacielos de Nueva York, voló hasta las
cataratas del Niágara aventurándose a casi
rozar la bruma blanca causada por el agua al caer,
sobrevoló el Caribe donde el aire cálido y la
visión del mar turquesa le hicieron sentir
sensaciones que jamás había experimentado y
siguió y siguió volando sin descanso, viviendo
aquello que siempre había anhelado en sus
sueños.
Por otro lado Carlota disfrutaba del calor de la
familia, de las tardes de risas y juegos, de los
momentos en que todos reunidos contaban historias,
de los chistes del tío Rosendo, de las
travesuras que compartía con sus adolescentes
hermanos pingüinos gastándoles bromas a los
más mayores y sobre todo, disfrutando del amor
que le brindaban sus nuevos padres, quienes sin
ser conscientes del hechizo al que habían sido
sometidos, trataban a la gaviota Carlota como si
fuera su hija, olvidándose por completo de su
hijo Rufino, al que hacía semanas que no habían
vuelto a ver.
A mediados del verano, Rufino contemplaba un
hermoso atardecer, posado en una roca al lado del
mar en las islas Bahamas, viendo como el sol se
ponía en el horizonte al Oeste, cuando de
repente dejó escapar un profundo suspiro y su
alma se lleno de melancolía. Recordó las risas
de sus hermanos, los chistes de su tío Rosendo,
las travesuras y bromas que gastaba a los mayores
junto a sus primos, y sobre todo, echo
profundamente de menos el amor de sus padres. Con
la mirada puesta fijamente en el ya casi dormido
sol, una lágrima rodó por su mejilla.
A muchas millas de distancia de allí, la gaviota
Carlota estaba ya casi dispuesta a pasar la noche
junto a su gran familia, acurrucada junto a mama
pingüino debajo del saliente de unas rocas,
sobre el ya verde pasto que cubría las costas de
Groenlandia. De repente su pequeño cuerpo se
estremeció, su corazón se encogió y llena de
nostalgia recordó sus vuelos sobre las cataratas
del Niágara, sobre el lago Michigan donde solía
pescar ricos peces, las altas azoteas de Nueva
York donde solía pararse a descansar, la cálida
brisa del mar del Caribe que la ayudaba a planear
con sus alas disfrutando de la hermosa vista de
los mares turquesa y todos aquellos lugares que
había visitado y conocido. Mirándose las alas,
pensó en que nunca más podría volver a volar,
y bajando la mirada hacia la verde hierva donde
un pequeño ciempiés corría a refugiarse en su
diminuto agujero, cerró los ojos y una gran
tristeza inundó su corazón.
Muy lejos al Este, en Islandia, el joven mago
dormía ya en la cama de su humilde cabaña,
cuando de repente abrió los ojos y mirando hacia
la ventana iluminada por la luz de las estrellas,
se sentó en la cama. La pena y la congoja de
Carlota y Rufino, habían llegado hasta él.
El mago, que no solo era un gran mago, sino que
además era muy muy sabio, sabiendo en seguida lo
que ocurría se dispuso a partir. Se vistió su
túnica negra, cogió su alforja y su cantimplora
de piel de cabra y tomó su vara mágica. Dio
tres pasos hasta colocarse sobre una piel de oso
que vestía el suelo de madera de su cabaña y
con los pies descalzos sobre la mullida alfombra,
cerró los ojos y pronunció en un lenguaje
extraño tres palabras
- Ruimcala....amstala...IMANHO !!
Una explosión de humo color ceniza alrededor del
Mago le hizo desaparecer.
No habían pasado ni tres segundos cuando
envuelto en una neblina amarilla apareció el
joven mago frente al desolado pingüino Rufino.
Rufino se sobresalto al ver la neblina amarilla,
pero ya era algo familiar para él, así que no
se sorprendió al ver aparecer al mago. Rufino se
secó las lágrimas y exclamó:
- ¡ Eres tú ! , ¡ el mago !
- Si- yo soy - dijo con voz suave el joven - tu
tristeza ha llegado hasta mi corazón.
Rufino agacho la cabeza y dijo :
- Si amigo mago, me hiciste muy feliz pudiendo
volar y viajar, pero me he dado cuenta de que
echo muchísimo de menos a mi familia.
- ¿ Quieres regresar con tu familia ? - le
pregunto el mago a Rufino
Rufino respondió - Nada me haría más feliz
El joven, dijo a Rufino
- cierra los ojos
Rufino cerró los ojos y el mago, cogiendo con su
mano su negra capa, levantó el brazo y envolvió
con la tela a Rufino, el cual por unos instantes
sintió un ligero mareo y un cosquilleo por todo
su cuerpo antes de quedar profundamente dormido.
En Groenlandia, Carlota estaba acurrucada al lado
de su madre pingüino cuando una ligera brisa
hizo que levantara la mirada. Su amigo el mago
había aparecido frente a ella.
- Estoy aquí amiga Carlota. He sabido de tu
aflicción.
Carlota, poniéndose en pie desperezándose
ahuecando sus plumas, dijo:
Sí, soy feliz con mi nueva familia, pero hecho
muchísimo de menos poder volar y viajar por el
mundo.
- ¿ Quieres volver a volar ? - preguntó el mago
- Carlota respondió - Nada me haría más feliz
- Cierra los ojos - dijo el mago
Carlota cerró los ojos y el mago, al igual que
había hecho con Rufino, envolvió bajo su negra
capa a Carlota, la cual quedó profundamente
dormida.
Sobre una losa plana de piedra caliza en lo alto
de un cerro desde el cual sólo se divisaba un
mar de nubes, había una cálida piel de oveja
sobre la que descansaban Rufino y Carlota. A su
lado, de pie, el joven mago los miraba con afecto,
mientras las primeras luces del alba comenzaban a
iluminar el lugar.
- Despertad - dijo el mago - abrid los ojos
Rufino y Carlota abrieron los ojos y poniéndose
de pie preguntaron al unísono
- ¿ Que ha pasado ? ¿ Dónde estamos ?
El sabio mago con voz tranquila y sonriendo les
dijo:
- Estáis en el cerro de la sabiduría, y os he
traído aquí para deciros algo.
- ¿ Que quieres decirnos ? pregunto Rufino
tambaleándose un poco aún un ligeramente
mareado.
El mago dio dos pasos para acercarse más a ellos
y con voz serena, mirada sabia y semblante
tranquilizador comenzó a hablarles:
- Los dos teníais una vida de la que
disfrutabais. Tu, Carlota, volabas y viajabas
feliz recorriendo mundo, tu Rufino, tenias una
gran familia que adorabas y con los que te
sentías querido. Los dos, a pesar de vuestra
felicidad, tenias anhelos no cumplidos que os
hacían entristecer y olvidaros en algunos
momentos de aquella felicidad de la que
disfrutabais. Se os brindó la oportunidad de
conseguir aquello que anhelabais y ninguno de los
dos dudó en aceptarlo. Habéis vivido todo
aquello que deseabais, tu Rufino, volar por el
cielo visitando hermosos lugares, y tu, Carlota,
tener la familia que siempre habías deseado.
-Pero ambos os habéis dado cuenta de algo, y es
que la verdadera felicidad la teníais ya en
vuestra vida antes de cumplirse vuestro deseo. Os
disteis cuenta que aún no teniendo aquello que
anhelabais, vuestra vida os llenaba y os hacia
felices y que cuando la perdisteis os sentisteis
muy desgraciados.
-Los dos habéis aprendido que tener sueños no
es malo, que cumplir esos sueños puede ser
maravilloso, pero que lo que realmente os hace
felices por siempre, es lo que ya teníais.
Carlota y Rufino lo miraban en silencio y ante
las sabias palabras del mago no fueron capaces de
responder.
El joven se acercó a ellos , cogió su capa con
ambas manos, levantó los brazos , rodeo a Rufino
y a Carlota con su capa y el silencio se hizo de
nuevo en el cerro de la sabiduría.
El pingüino Rufino despertó aquella mañana
junto a sus padres y la gaviota Carlota abrió de
nuevo sus ojos posada en una roca en la costa de
una de las islas Bahamas desperezando y batiendo
sus alas que ya podían de nuevo volar.
Ambos fueron felices el resto de su vida y
sabían que, aunque tengamos sueños y anhelos,
lo que más debemos apreciar y agradecer, es lo
bueno que ya tenemos en nuestra vida.
Autor :
Merce Jou
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