La
mujer del moñito
Hacía pocos días que Longobardo había
ganado la batalla de Silecia, cuando los
príncipes de Isabela decidieron
organizar un baile de disfraces en su
honor.
El baile se haría la noche de
Pentecostés, en las terrazas del Palacio
Púrpura, y a él serían invitadas todas
las mujeres del reino.
Longobardo decidió disfrazarse de
corsario para no verse obligado a ocultar
su voluntad intéprida y salvaje.
Con unas calzas verdes y una camisa de
seda blanca que dejaba ver en parte el
pecho victorioso, atravesó las colinas.
Iba montado en una potra negra de
corazón palpitante como el suyo.
Fue uno de los primeros en llegar. Como
corresponde aun pirata, llevaba el ojo
izquierdo cubierto por un parche. Con el
ojo que le quedabalibre de tapujos, se
dispuso a mirar a las jóvenes que
llegaban ocultas tras los disfraces.
Entró una ninfa envuelta en gasas.
Entró una gitana morena.
Entró una mendiga cubierta de harapos.
Entró una campesina.
Entró una cortesana que tenía un
vestido de terciopelo rojo apretado hasta
la cintura y una falda levantada con
enaguas de almidón.
Al pasar junto a Longobardo, le hizo una
leve inclinación a manera de saludo.
Eso fue suficiente para que él se
decidiera a invitarla a bailar.
La cortesana era joven y hermosa. Y a
diferencia de las otras mujeres, no
llevaba joyas sino apenas una cinta negra
que remataba en un moño en mitad del
cuello.
Risas.
Confidencias.
Mazurcas.
Ella giraba en los brazos de Longobardo.
Y cuando cesaba la música, extendía su
mano para que él la besara.
Hasta que se dejó arrastrar en el
torbellino de baile, hacia un rincón de
la terraza, junto a las escalinatas.
Y se entregó a ese abrazo poderoso.
Él le acarició el escote, el nacimiento
de los hombros, el cuello pálido, el
moñito negro.
-¡No! - dijo ella-. ¡No lo toques!
-¿Por qué?
-Si me amas debes jurarme que jamás
desataras ese moño.
-Lo juro -respondió él.
Y siguió acariciándola.
Hasta que el deseo de saber qué secreto
había allí le quitó el sosiego.
La besaba en la frente.
Las mejillas.
Los labios con gusto a fruta.
Obsesionado siempre por el moñito negro.
Y cuando estuvo seguro de que ella
desfallecía de amor, tiró de la cinta.
El nudo se deshizo y la cabeza de la
joven cayó rodando por las escalinatas.
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